Hoy vengo ante el teclado sin muchas ganas y con muchas prisas. Tengo que ir a la capital a un examen. A mi edad no debería ponerme nervioso, sin embargo lo estoy. Supongo que no hay edades para la ansiedad ante la prueba. Parece que un escrutinio externo que juzgue nuestras capacidades desata algún resorte atávico que nos pone en guardia como si un antepasado nuestro oyera cercano el rugido del león.
Creo haber hablado ya sobre esas cosas de la evolución y el lenguaje y nuestra cognición del entorno. Creo haber dicho ya que ahora nuestros leones no son más que las cosas que nos van sucediendo en una vida normal. Pero no puedes dejar de pensar, el pensamiento fluye a su antojo avisándote de los peligros. Ha evolucionado para ello y nosotros para sobrevivir haciéndole caso. Nos deja sólo dos opciones: salir corriendo o enfrentarnos al peligro. En ambos casos la reacción psicológica, fisiológica y emocional es prácticamente la misma: mandar nuestra sangre a nuestros músculos para el esfuerzo físico que viene a continuación.
Pero en la situación de hoy, como en la mayoría de la vida moderna, no hace falta correr ni combatir, no necesito la sangre en mis músculos más de lo habitual. Al contrario, la necesito regando el cerebro, porque a lo que me enfrento es a un juicio sobre mi inteligencia. Bueno, vale, lo dejaremos en un juicio sobre mi conocimiento.
Me he planteado una estrategia para enfrentarme a mi león de hoy. Voy a ir con mucho tiempo de antelación, para no estresarme con el tráfico. Iré despacio y en moto, para no estresarme buscando aparcamiento en un lugar donde hay poco sitio para aparcar. Una vez allí me dedicaré a dejar pasar el tiempo, consultar las redes sociales o cualquier otra cosa que no tenga que ver con el hecho de que me voy a examinar. Cuando me siente en el examen dedicaré un minuto a relajarme (¿recordáis la meditación en un minuto?). Luego leeré completamente el examen de principio a fin y comenzaré a concentrarme en aquellas preguntas en las que esté seguro de la contestación y dejaré para el final aquellas de contestación más incierta. Con todo esto, espero que el trago no sea demasiado «amargo». Es todo lo que puedo hacer. Confío en que mi inteligencia y mis conocimientos hagan el resto. ¿Estaré entre los quince mejores? Ya me he enfrentado antes a situaciones de esa entidad: oposiciones, selecciones. Y alguna vez incluso con éxito. Dependerá del nivel de conocimientos de los demás y de cuántos sepan más que yo. El resto, por tanto, se escapa de mi control y no debo preocuparme por ello.
Un detalle importante: no hablo sobre la inteligencia de los demás a propósito para resaltar otro detalle. Todos pensamos que somos muy inteligentes, lo tenemos asumido como un hecho subjetivo irrefutable. Incluso uno de los peores insultos que nos pueden hacer es dudar de nuestra inteligencia. Quizá otro día de estos debería dedicarle un articulito de estos a nuestra percepción subjetiva.