Hace días que empecé este blog con la intención de escribir todos los días. Temía el momento en que se me agotaran los temas y ha llegado. Hoy, siguiendo mi rutina me siento a escribir, pero no tengo claro sobre qué. Y hoy, al fin y al cabo lo podré capear hablando de que no tengo tema del que hablar. El problema «gordo» quedará pospuesto para mañana. Y no pienso hablar de política, ni de fútbol, ni de religión.
Los temas de los que hablo normalmente son extensos y algunas veces técnicos. Me limito la mayor parte del tiempo a sólo arañar un poco la superficie y dar cuatro pinceladas. No sé qué pensará sobre ellos quien pueda leerlos, ni qué le gustaría profundizar. Si es que alguien lo lee. Así pues, hoy me toca divagar un poco y lo de mañana, mañana lo pensaré.
La manera en que se van desarrollando las cosas últimamente no aporta tampoco muchos temas. Parado de cierta edad –quizá debería decir incierta, dado lo abultado del marcador–, que ha caído en la resignación de verse en casa, con muchas cosas aún para aportar, pero que esta sociedad arrincona por personal más joven y el fin de la prestación de desempleo se acerca. Y miro anuncios de trabajo en los que no encajo en ninguno, o en bastantes, sólo por edad. El caso es que noto cierta esquizofrenia en esos anuncios, porque piden experiencia pero juventud, cuando todos sabemos que la experiencia viene con los años de uso. Y me pregunto si yo en su caso, si fuera el contratante, haría lo mismo.
Si tuviera una empresa y necesitara personal: qué buscaría yo en mis posibles contratados. Y no tengo una respuesta para mí mismo, pero quizá no juventud –eso se pasa con los años–, quizá tampoco experiencia –eso se gana con los años–. Quizá lo que necesitaría para mi empresa es gente con ganas de trabajar, porque desde pequeñito me explicaron e interioricé que hace más el que quiere que el que puede. Pero tal vez, ésto lo digo ahora que me encuentro en esta situación y no en la contraria.
