Cuando hacía el Servicio Militar Obligatorio fui pocas veces al médico. La consulta del médico militar era un poco descorazonadora, parece que sólo contaran con dos tipos de medicamento: los antigripales y la aspirina. Otro avance sustancial lo constituyó la pomada de vitamina D para las rozaduras que ocasionaban las botas en mis tiernos pies de universitario. En la mayoría de los casos esas milagrosas medicinas bastaban, porque también la mayoría de las dolencias que teníamos era algún dolor ocasionado por alguna contusión leve o algún resfriado. En cuanto la cosa superaba esos problemas el soldado era rápidamente evacuado a un hospital –o a otro escalón, como ellos lo llaman–. Era una medicina de supervivencia teniendo en cuenta que la medicina militar tiene por objeto el mantener al soldado es condiciones de poder combatir un día más.
Todo esto viene a cuento de una noticia que leí ayer en uno de los blogs que sigo habitualmente sobre el caso de una gurú de la autoayuda. Me vais a permitir que copie aquí esa confesión, por si a alguien no le apetece seguir el enlace:
De cara al exterior era la representación de una profesional de éxito. En privado me desmoronaba. Escribir un libro que ayudase a los demás a desarrollar su carrera haciendo lo que les gustaba me llevó a odiar mi trabajo. Se suponía que yo era la representación de la concilición laboral, la reina del control del propio destino. Pero pasaba los domingos por la noche en posición fetal a causa del miedo. Esa posición que según mi libro había que evitar. Con treinta años he ido a hospitales con dolor de pecho debido a la ansiedad, gastándome 4000 dólares en el proceso. Es muy difícil practicar lo que se predica. Y no sólo lo es para mí (...) el oscuro secreto de los que están en el negocio de decirle a los demás lo que tienen que hacer y cómo lo tienen que hacer es que al final somos nosotros los que necesitamos que alguien nos diga qué tenemos hacer y cómo lo tenemos que hacer.
Los libros de autoayuda están bien. Son genéricos. Pero igual que un antigripal no curará una pulmonía –a nadie en su sano juicio se le ocurriría intentarlo–, los libros de autoayuda no sirven para según qué casos. Sin embargo, mucha gente lo intenta con ellos y su uso se mantiene por el discurso de «a mí me funcionó», el mismo que para la homeopatía y otras medicinas alternativas. Para enfrentarse a una depresión no vasta con estar vomitando arco iris de manera constante. Es una falacia, pero la gente cree lo que quiere creer. Le da igual si una terapia está o no contrastada empíricamente, sólo quiere que le alineen los chacras porque su vecina asegura que le fue muy bien y eso no puede hacer daño.