Es una pregunta que han intentado contestar muchos filósofos. Uno de esos ejes centrales del pensamiento. La contestación más sencilla es decir mi nombre y «a otra cosa». Pero es una respuesta demasiado sencilla y me han enseñado que no hay respuestas sencillas a problemas complejos.
Yo tengo un cuerpo físico, con una voz característica, una forma de andar y moverme, en fin, es lo que percibe de mí mi entorno. Pero ¿soy yo ese cuerpo? Es parte de mí, pero no soy sólo un cuerpo físico, si perdiera en un accidente una pierna, por ejemplo, ¿sería menos yo? Quiero pensar que aparte de la mala leche que se me pondría por no poder hacer algunas cosas que me encantan –como viajar en moto– yo seguiría siendo el mismo.
Cuando nacemos nuestro cerebro se sigue desarrollando pero llega un momento en que se produce, sobre los tres años, una gran mortalidad de neuronas –las que se supone que no necesitamos– dejando nuestro cerebro precableado, si queremos llamarlo así. Coincidiendo con esa fecha comienzan a almacenarse recuerdos y aparecen los primeros pensamientos que podemos recordar. Aparece, en fin, esa vocecita que nos habla de manera constante cuando estamos despiertos y que percibimos como mi pensamiento. Lo percibimos como constante y pensamos que somos los mismos de siempre porque esa vocecita está ahí para darle continuidad a nuestros pensamientos. Sin embargo, ahora mismo no pienso como pensaba cuando tenía siente años, ni con catorce, ni con veinticinco. Mis problemas, mis actitudes y mi vida me ha llevado hacia cambios –algunas veces buscados, otras descubiertos– que marcan mi actual modo de pensar. Si cambio de forma de pensar ¿cambio mi yo? ¿Y mis sentimientos, cuánto de yo son en mí?
Estos yos que detallo arriba son los que nos vienen a bote pronto cuando nos ponemos a hablar sobre nuestro yo. Pero creo que yo no soy mis pensamientos, ni mis sentimientos, ni mi cuerpo físico; esas cosas son parte de mí. Yo soy el que es capad de detenerse y observarlas. Notar qué es lo que pienso, qué es lo que siento y cómo soy externamente (ésto último con especial cuidado a la hora de afeitarme). Yo soy el que es capaz de observarme en mi totalidad y los demás los que sólo pueden observar lo que hago o cómo soy externamente –o dicho de otro modo, los que no necesitan un espejo para verme el culo– pero sólo pueden conjeturar qué pensamientos o sentimientos tengo.