El otro día pensando por qué hago posts tan cortos estuve barajando algunas posibilidades. La primera que vino a mi cabeza es el que siendo de «naturaleza ahorradora de esfuerzos» –bueno, hay quien diría vago, pero yo disiento–, escribo un rato y lo suelto en mi blog con la satisfacción del deber cumplido. Sin embargo, no creo que sea eso.
Otra opción que se me ocurrió es que tengo cierta verborrea escrita cuando me pongo, pero cuando lo releo y corrijo me pongo a borrar sin reparos. Normalmente más de lo que puede ser sano –que se lo digan a los rosales de mi mujer.
Por último, la tercera opción que se me ha ocurrido es cierta manía que me acosa últimamente con mi privacidad y tengo asumido que aún estando en el umbral de 1984 –en realidad peor que en 1984 de Orwell, la gente regala su intimidad a empresas privadas yankees y mira compasivamente a quien no lo hacemos– me resisto a dar el paso hacia el gran hermano. El tema es que en mi subconsciente tengo asumido que los textos largos son más indexables por parte de los grandes buscadores –como el de la gran G– y no me apetece que mis cosas terminen manoseadas por inhumanos algoritmos que nada tienen que ver conmigo, con la ética o con la humanidad.
Hay que entender que no veo nada malo en que las empresas hagan dinero. Básicamente se crean para eso, pero no me gusta que lo hagan a mi costa. Nos usan, lo gestionan todo para que seamos nosotros los que les regalemos nuestra intimidad con la que hacer ese dinero. Incluso consiguen que el usado sea suspicaz con quien intenta vivir anónima y libremente.
No, no quiero que me indexen: llevo ya así una gran temporada. Desde que abandoné feisbú y guasás, desde que uso duckduckgo como buscador, desde que utilizo XMPP para mis comunicaciones o tor para navegar. Y así he podido darme cuenta de varios hechos:
- No recibo invasiva publicidad sobre nada.
- Hay vida más allá del dinero de las multinacionales americanas.
- Quien quiere estar en contacto conmigo me sigue encontrando.
No, no quiero que me indexen. Quiero seguir teniendo el control de mis cosas. Y por mucho que me digan, no creo que el equivocado sea yo.