A mediados del siglo pasado Dmitri Belyaev se propuso estudiar cómo se produce la domesticación de las especies. Diseñó un experimento en el que quería «domesticar» una especie que no estuviera ya domesticada y compró 120 zorros a una granja peletera. En 12 generaciones había conseguido unos zorros que se acercaban a sus cuidadores, emitían ruidos y movían la cola demandando la atención de los humanos. El criterio de selección es que se mantuvieran tranquilos en presencia del hombre. Y con tan solo 50 generaciones consiguió «domesticar» un animal de compañía que se llama «zorro plateado ruso».
En estos vídeos se ve la reacción de alguno de esos zorros domesticados.
También, y para comparar, seleccionó aquellos ejemplares que reaccionaban de manera contraria, consiguiendo unos individuos bastante agresivos con sus cuidadores. En este la reacción de uno de los zorros agresivos.
Encontró además que ciertas características de los zorros cambiaban. Cosas como cambios en la pigmentación, las colas enroscadas, las orejas caídas, etc. No los seleccionaba por esas características, pero parece que junto con el descenso de la adrenalina en presencia de los humanos, corren esas otras. Como por ejemplo, que las hembras en lugar de tener un ciclo estro al año (como los zorros o los lobos) tuvieran dos, como los perros.
La conclusión de Belyaev fue que seguramente los genes que determinan una están relacionados también con los que determinan los otros. Especialmente la «melanina» que es la encargada del color. Otra de las características que suele verse afectada es el tamaño, siendo más pequeños los animales domesticados que sus hermanos salvajes.
El que lo consiguiera en 50 generaciones habrá quien piense que es mucho, pero en los procesos evolutivos eso es un suspiro.
El proceso contrario de «asilvestramiento» es quizá menos raro, con casos como el dingo de Australia o los caballos salvajes en América, por poner sólo dos ejemplos.