Estresores
La palabra «estrés» se ha filtrado hacia el lenguaje común. La empleamos casi a diario y no siempre bien. Comentamos lo atareados que estamos y lo llamamos estrés quedándonos tan panchos. Frases como: «En mi trabajo hay mucho estrés» suele indicar que hay que hacer muchas cosas y deprisa, pero eso en realidad no es estrés. Lo podríamos llamar «estar ocupado» o «estar atareado» o «tener prisa». Sin embargo, algunas veces, el estar tan ocupado o atareado puede acarrear estrés, pero otras veces no.
No me voy a poner técnico para definirlo, sólo hay que entender una cosa: el estrés bloquea y ese bloqueo es interior. Cuando la persona llega a la situación de estrés comienza a dar síntomas de que algo no está bien. Su rendimiento, en general, decrece. No solo su rendimiento laboral, también el afectivo, el sexual, el cognitivo e intelectual. La persona, en definitiva, deja de funcionar con normalidad. El pensamiento interno de esa persona se suele caracterizar por un «no puedo, esto me supera», y así llega el bloqueo final.
Si nos interesa el tema y comenzamos a leer un poco sobre estrés, veremos que en muchos lugares aparecen mencionados los estresores. Que por definirlos de forma llana –aunque imprecisa– son aquellos estímulos que pueden producir el estrés. Los estresores me llamaron la atención en su día como posibles causas de este fenómeno con el que he tenido que batallar profesionalmente. Sin embargo, con el paso del tiempo me he dado cuenta que clasificar los estímulos externos nos lleva a pensar que el problema proviene sólo del exterior, cuando también procede del individuo: el «no puedo» es personal y «lo que le supera» es ambiental.
Un estresor es, por ejemplo, el que fallezca un miembro de la familia (el que nazca un nuevo miembro, también). Un estresor es arruinarnos (que nos toque la lotería también lo es). Un estresor es divorciarnos (casarnos también). Un estresor es quedarse en el paro (encontrar trabajo también)...
Si analizamos todos esos ejemplos de estresores que estudian los científicos más sesudos del mundo llegamos a la conclusión de que un estresor es algo que te pasa en la vida; cualquier cosa. Bueno, cualquier cosa exactamente no, aquella que se levante ante ti como un muro, te bloquee y te haga pensar: «no puedo, esto me supera». Y ese bloqueo depende de muchos factores ambientales y personales para que un cambio en nuestra vida pueda llegar a bloquear a la persona.
Combatir el estrés
La misma persona enfrentada a estímulos semejantes en otro momento de su vida puede responder de un modo totalmente diferente. Los estresores ocurren, son como digo cosas que suceden en tu vida y no puedes controlar, ¿se puede controlar entonces la aparición del estrés? Pues sí y no. Ya sé que a todos nos gusta tener el control de nuestras reacciones y podemos incluso vanagloriarnos de ello. Pero no siempre es verdad.
Ya hablaré en otra ocasión de la fuerza del presente. Y de la capacidad de encontrar espacios de ocio y actividad donde podamos desarrollarnos como personas, darnos cuenta de que estamos vivos y dedicar nuestros pensamientos a otros asuntos que no son «bloqueantes». Por eso, pueden ayudar cosas tan dispares como la meditación o el ejercicio físico.
La meditación –o su versión occidental, mindfullness, (otro día hablaremos de ello)– no como relajación meramente, sino como el ejercicio activo de dejar que nuestra mente fluya sin aferrarnos a ningún pensamiento concreto. Y el ejercicio físico, no solo como «desestresante muscular». Siempre será más recomendable aquel ejercicio que hacemos en compañía, que no el que nos ata media hora a un aparato en un gimnasio donde nuestra mente puede volver centrarse a un pensamiento de bloqueo.
Lo que debemos tener claro es que cuando notemos ese bloqueo, ese estar sobrepasados, lo que debemos hacer es consultar con un profesional –con un profesional de verdad, ahora hay mucho intrusismo profesional con el tema del coatching que no es más que una forma de ejercer de psicólogo sin haber estudiado la carrera, ni haber hecho la especialidad, ni haber estado haciendo prácticas como Psicólogo Interno Residente (PIR)–.