Sancho Panza le dijo en una ocasión a Don Quijote:
–Señor,las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias.
Y no se equivocaba demasiado Cervantes, pues la aflicción humana no depende de elementos externos a la persona. Cada día en el mundo alguien que lo tiene todo para garantizarse la supervivencia, decide no seguir viviendo. Si miramos las estadísticas en 2014, cuando el censo marcaba 46.725.164 de habitantes y miramos el número de defunciones por cada 100.000 habitantes vemos que nuestra percepción puede ser engañosa.
Motivo | hombres | mujeres |
---|---|---|
Homicidio | 0,88 | 0,49 |
Suicidio | 12,86 | 4,12 |
Nos asustan en las noticias con asesinatos y se olvidan de las otras muertes violentas que son comparativamente muchas más. Todos extendemos sobre el suicidio un manto de silencio. Nos resulta vergonzoso hablar sobre ese tema, quizás porque es el reconocimiento de que algo falla. Lo comparo con los homicidios porque son muertes que nos producen preocupación y miedo, pero en ellas no están incluidas los accidentes de tráfico, por ejemplo (más muertes que nos parecen producir preocupación).
En 2014, el último año del que he encontrado estadísticas, unos 6000 hombres y 2000 mujeres decidieron no seguir viviendo. Si atendemos a otros estudios, por ejemplo el que realizó la Substance Abuse and Mental Health Services Administration de EEUU encontró que el 10% de la población general atentará en algún momento contra su vida. El 20% se debatirá con planes serios de hacerlo, incluso preparando planes y materiales necesarios para hacerlo. Otro 20% pensará sobre ello pero sin planes concretos. Es decir, el 50% de la población piensa o ha pensado en alguna ocasión sobre la opción de quitarse la vida. Algo así me hace dudar de lo que tradicionalmente se llama la normalidad contrapuesto a la enfermedad, pues es tan frecuente que la enfermedad se vuelve normal.
Si hay algo que distingue al animal humano de los otros animales sensibles es esta capacidad de poner fin a su vida de forma voluntaria.
Todos los seres vivos sintientes reaccionan de forma similar ante estímulos de peligro o daño: chillan, se agitan, se ponen agresivos o caen en la inmovilidad absoluta. La diferencia entre humanos y resto de animales es que los humanos tenemos una herramienta que nos ha dotado de la mayor flexibilidad adaptativa. Pero todo gran poder conlleva una gran responsabilidad que diría el tío de Spiderman. Al contrario que los otros animales, nuestra mente puede jugarnos en contra, situarnos en momentos pasados negativos y llenarnos de remordimientos o ponernos en peligros futuros e inundarnos de temor e inseguridades. Así, Cervantes, ya había observado que las tristezas son para humanos.
Cuando el estímulo aversivo, el peligro o el daño, desaparece el resto de los animales sintientes vuelven a la normalidad y continúan con sus vidas, en sus presentes sin preocuparse de lo que ha pasado o lo que puede pasar. El ser humano es distinto. Cuando desaparece el peligro nos preocupamos por si puede aparecer de nuevo, o porque no reaccionamos bien en el pasado. Ese es el precio que hemos tenido que pagar por tener la herramienta adaptativa que nos ha permitido a los seres humanos colonizar la mayoría de los ecosistemas de la Tierra; desde las más heladas extensiones del ártico a los desiertos más abrasadores o las selvas más impenetrables. O incluso crear el nuestro propio en nuestras ciudades, aterrador ecosistema donde apenas ningún otro animal se atreve a vivir.